domingo, 24 de junio de 2018

Día de aquelarre



  1. “Si hay un libro de deseas leer, pero aún no ha sido escrito, deberías escribirlo”. –Toni Morrison.            Sábado.
    Se hicieron las 7 y tocó la puerta. Tenía la sensación de que sería un encuentro distinto. Sonia, le abrió a María y entre mates y tambores repasaron algunos pasos que la comadrona del barrio les había enseñado hace cientos de años, pero que claro después de tanto, ya habían olvidado. Luego de un rato volvió a sonar la puerta. Era Francisca, que unió sus pasos. Las ideas fueron y vinieron. El encuentro se afianzó, como si el baile las hubiera unido con pequeños hilos invisibles tejiendo confianza y transmisión. Era momento de la cocina. La salsa colaboró para aplacar el frío de una noche cercana al solsticio de invierno. Las historias se fueron sucediendo unas a otras, siempre la reminiscencia del algún antepasado se colaba en las anécdotas, llenas de vida, de muerte, de experiencia. María me pide que escriba la suya. “Para que no me suceda como con los pasos vió, ya a esta edad hay que registrar”. Me cuenta que de repente, empieza a contar ese sueño, mejor dicho esa pesadilla, que la siguió durante años. En ella había persecución, cuchillo, carne y escondite. Hubo una interpretación de Sonia que la elevó al plano inmaterial, el universo ese en el que hay que resolver las cosas. Siguieron las anécdotas entre copas de vino, y de vuelta la apertura, un nuevo tópico que indagar: el insomnio. También la acidez. Cosas de viejas. De viejas brujas, que siempre tienen algún yuyo para convidar y protegerse de las alimañas. No se quedan con la duda y buscan en el libro. La primera en abrirlo es Sonia, que pasa por alto lo más importante. Una palabra que tenía que ser leída por María, abrió el momento de su propio entendimiento “Acedía: miedo, miedo, miedo. Temor atenazante”, el diccionario define que  atenazar es sujetar algo fuertemente haciendo presión, especialmente con unas tenazas. Es así como la pesadilla empezó a cobrar un sentido. María nació de un escape, unas tijeras fueron las que defendieron a su progenitor. Escuchó esa historia desde muy pequeña, y ahí quedó. La persecución y los filos se grabaron en la retina y engendraron un temor. ¿Cómo se vence el temor? Amigándose con él, le respondió Sonia, que además de yuyo le recomendó una piedra. Se despidieron con un fuerte abrazo, hasta el próximo encuentro.

    Al día siguiente María pudo abrir el libro titulado "el color del alma", que sin pedirlo llegó a sus manos hace un mes atrás. En la segunda página encontró el relato que le ofreció una respuesta más: “Cuando al fin se acuesta, Antonio la abraza largamente. Al contacto con su cuerpo, su piel oscura se regocija. Las caricias íntimas son tan ardorosas como  cuando eran más jóvenes (…) –Te quiero -murmuran ambos y el silencio recorre la habitación. A ella le cuesta dormirse, tiene miedo de las pesadillas que la asaltan cada noche. En un sueño agitado se ve a sí misma volviendo al lugar donde tanto sufrió, La barraca de adobe y chapas donde vivían los criados aparece ante su visita.” Cayeron sus lágrimas. Era como leerse a sí misma.

    Es para María un tiempo de entendimiento consigo misma, de recuperar las imágenes que tuvo ocultas, de las que se avergonzaba por miedo al qué dirán. Y así volvió a poner sus vírgenes negras sobre la repisa. También a preguntarse si esto de venir del mismo lugar implicará los mismos padecimientos, las mismas pesadillas, el mismo amor, el mismo disfrute.