domingo, 27 de octubre de 2019

Como andar en bici sin manos.


Esa noche mi cuerpo se iba hacia el tuyo; el tuyo hacia el mío.
Pero nos invadía la duda; ¿viste el temor ese que te agarra la primera vez que soltás las manos y la bici empieza a temblar? Así.
Lo había intentado muchas veces pero no lo lograba.  
Los bondis eran fantasmas ensordecedores. Los autos esas sombras que no te dejan ser. 
¡Ahora sí!, me decía a mi misma, vos podés; primero una mano, ahora la otra, de a poco dedo por dedo y... ¡saamm! pasaba un camión, volvía como garrapata al manubrio.
Tengo la casa sola me dijo; y fue el impulso.
Al compás de la música que salía de mis auriculares, me solté y ponía mi atención primero en los pies, después en tu boca carnosa .
El viento de la primavera me pegaba en la cara, volaba mi camisa y yo me sentía lista, confiada, deseosa de vos.
Ahora, los bondis eran pájaros libres y los autos flores que adornaban el paisaje. Así debe ser la sensación de flotar sin esfuerzo, pensé.
Entendí la clave de lo que estaba pasando. En aquellos instantes remotos, solo consideraba mis caderas; faltaba poco para que el centro de atención se traslade a las tuyas. 
Es como en la bici, cuando la confianza te deja desenlazar la manos.
Esa tarde, la del viento primaveral, volví a vos. La letra de la canción decía: hay que girar el suelo, vamos a habitar lo nuevo. ¿Presagio de lo que iba a suceder o poesía de la ineludible realidad?