viernes, 19 de mayo de 2017
"Patria".
Quizás sea la memoria de los antepasados que llegan al estómago y lo retuercen. Un tataratatarabuelo que recibió el mensaje: A los niños blancos les siguen pintando la cara con corcho. Pero a nadie disfrazan de blanco.
Quizás también pueda ser el recuerdo de esa foto. Una ronda y todos pintados, menos la negra. Siempre entre pasteles y empanadas, algún que otro año compartiendo la vergüenza con aquel compañero que justo perdió el diente un 25 de mayo. Porque claro está, los negros no tienen dientes.
A los nueve no quise ser más negra. Fui Dama Antigua, después de rebelarme contra mi misma. Y ponerlo en palabras frente a la seño. Quise ocultarme desde el pelo, porque mi color era sinónimo de mierda, de pobre, de feo. Abría la tabla de planchar, y aplastaba todas mis raíces. La primer planchita de verdad, fue un trofeo inconsciente a la sepultura de mi cultura. Hay otras historias que incluso cargan con lavandina en su ser.
Llega tarde el encuentro con la identidad. Ese día en que sin saber por qué la vergüenza se convierte en orgullo.
El día en que la historia oculta traspase los muros de las escuelas, el día en que se sepa que fueron 150 mil negros los que estuvieron frente a la independencia, no habrá más corchos ni lavandinas. El orgullo será colectivo y no tardará tanto en tirar a la basura planchitas.
Ese día el alma de los antepasados no se distraerá en dolores de panza, seguirá viva entre parches, candombes y bailes. Mientras tanto, como ellos nos enseñaron, hay que armarse de fuerza y resistir.
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