Podía estar en cualquier cuento de Cortázar,
Pero está en la puerta de mi casa.
Es el obstinado. Siempre con el teléfono en la mano.
De vez en cuando en patas. Interrumpiendo a algún anciano.
En el mundo de las ideas algún día arreglará su auto.
No entendió, o quizás nadie le supo explicar, que la filosofía no es mecánica.
Sigue abajo del capot, mientras el fuego ilumina las sombras de los transeúntes.
En éste mundo de los supuestos sensibles lo llaman loco.
¿Será que los cuerdos han perdido la obstinación?
Quizás a ellos nadie les supo explicar.
Sin esa herramienta no hay ebullición.
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