miércoles, 28 de mayo de 2014
La Caja.
Un día desperté entre paredes de cartón. Recordé que Claudia me había regalado unas pantuflas cuando cumplí siete años y en su envoltura me quedé a vivir.
Por aquella época calzaba tan solo treinta y cuatro; es por ello que cuando duermo no hay otra opción que quedarme tiesa. No puedo hacer el amor, los vecinos de los demás estuches oyen todos mis movimientos. Salvo la de en frente. Sus padres son dueños de una zapatería y le regalaron el envase de las botas mas caras. ¡Que desigualdad, hasta ventanales tiene!
En cambio nuestras cajas son aburridas, oscuras, no hay ni un pequeño agujero donde pueda divisarse alguna estrella desubicada que se asome entre las jaulas.
Mi alma comienza a convertirse ya en cofre, la tuya en un costurero y la ciudad en una urna.
Me dirijo hacia el trabajo, llego y me siento durante seis horas en un cajón donde casi no me entrar las piernas. Debo brindar respuestas pre fabricadas a transeúntes que circulan en vehículos inanimados. Luego aprendo y enseño en un salón que de tan apretado alimenta la opresión de las ideas.
Finalizó el día. Vuelvo a la caja de talle treinta y cuatro. Tengo una vaga reminiscencia del sueño de anoche. Solo se desliza por mi mente el color verde, creo que de árboles, y el sonido excitante de los pájaros. De lo que estoy segura es que no había ni una sola jaula.
Lo que no logro descifrar es si la caja era mi habitación o el mundo. Estimo que los encerrados alguna vez despertaremos, y cuando coloquemos nuestros pies en el suelo, ya no estará helado, tendrá el sabor de un césped recién cortado.
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